domingo, 30 de enero de 2011

me veo

una mañana las cosas empezaron a cambiar, un buen dia dejaste de echarle azúcar al café para adelgazar, dejaste de lado los pantalones y polos holgados para pasar a ser una señorita con curvas a diferencia de esa niña con cuerpo extraño y medio deforme que corría como un hombrecito de un lado a otro. De repente, así de la nada comenzaste a notar que tenías que arreglar esto y aquello y que -no, no- necesitabas un nuevo espacio, con diseños distintos y colores de adulta, porque ya no eras una niñita. Fue la época en la que aparecieron el maquillaje y las cremas, las saliditas a la peluquería y esa ridícula manía de salir a tomar el café o el té, creyéndote inglesa cuando más chola no puedes ser. Y ahora es extraño que te acuerdes de eso, ahora ni te acuerdas que salías vestida con todos los colores encima, disfrazada prácticamente, de una hippie desubicada que en pleno siglo xxi quería imponer su estilo. Esos días se han convertido en un recuerdo nebuloso, reemplazados por una nueva postura: sacar tetas, caminar bien derechita, mirando al frente (nunca al piso) y sonreir con cortesía... ahora caminando como una gansa elegante cuando antes te burlabas de una tia que se apellida Holler... y ¡Cuánto has cambiado! te miras al espejo y no eres la misma, con varios kilos menos, las uñas pintadas, el pantalón pegado y la cartera que combina con los zapatos. -Ya soy una señorita- piensas, pero no te das cuenta o no quieres darte cuenta de que las cosas son diferentes por fuera pero por dentro hay una niña que sigue siendo huachafa... sigue siendo una ilusa, llorona y melodramática, siempre quejándose de esto y aquello, convirtiéndose en la eterna víctima en toda discusión... qué rabia no? que pena que después de tanto tiempo todavía no aprendas las lecciones elementales. Sigues llorando. Ahí sentada en tu cama, sola, sientes como cada una de esas gotas saladas surcan un camino desde tus ojos hasta el mentón... y no sabes qué más decir, quieres salir corriendo como solías hacerlo. quieres buscar un abrazo cálido pero no lo encuentras, quieres escribir y a la misma vez no puedes. Y otra vez, te desesperas.
Hoy, así como no hace tantos años, te prometes que será la última vez, que no vas a dejar que nada te afecte... que no tienes porqué llorar. Lo vas a jurar, con la misma incertidumbre de saber si podrás cumplir con esa promesa o no. Es cuando deseas ser fuerte y valiente, saltar sin temor y avanzar sin que te hieran las palabras de los demás... pero no tienes idea y aunque quieres, sabes que tienes que seguir esperando, esperando el momento indicado para encontrar una salida, la misma que has estado buscando desde hace mucho tiempo.

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